miércoles, abril 04, 2007

Hubo una vez el indio Cap.5


Cae la tarde de Patagonia. El aire diáfano deja a sus tonos dorados resaltar entre celestes. Un rosa extendido se apoya en los cerros que recortan el horizonte. Una sola estrella -posiblemente Venus- intensa y fija, adelanta la noche. Las bandurrias, en bandadas de cuatro o cinco, levantan vuelo desde el mallín y planean llamándose entre sí haciendo sonar su fuerte graznido, que como un campanazo resuena en el aire fresco. Hay un hálito mapuche en el viento que baja por las rocas del cerro vecino.
Los hombres en la actualidad, encuentran puntas de flecha que pasan a ser un recuerdo en la vitrina. Pero, ¿de aquella gente, qué se hizo?
Ahora el viento trae el taca-taca del equipo del progreso y también el olor del gasoil combustionado. Adentro, en la Planta Química, el polvo verde espera en las bolsas para ser transformado en un gas de vida y muerte, para probar que el hombre puede.
Y el indio podía.
Conocía todos los elementos.
Vivió siglos en la Patagonia ocupando la estepa, el río y la montaña.
Cazaba para comer y pescaba también; tenía animales para sacarles leche. Con los cueros y pieles hacía tiendas y se abrigaba en invierno.
Sabía hacer fuego.
Criaba hijos para fortalecerse.
Se volvía viejo para dar consejos. Y todos respetaban su experiencia.
Protegía lo que le rodeaba porque su instinto le decía que lo necesitaría siempre.
La Naturaleza lo aceptaba como a uno más y no le oponía otra resistencia que la del equilibrio natural.
Así la convivencia y la felicidad fueron perdurables durante siglos tal vez.
En otras tierras, cruzando el océano, el hombre «evolucionó» y como ser «civilizado» se dispuso a «progresar». Comenzó a utilizar el conocimiento en su exclusivo beneficio.
No conforme, emigró y conquistó lo que no era suyo, considerando que llevaba «la Verdad».
No se dio cuenta que era su verdad y no se la habían pedido.


El U-10 Cap.6


Una hora después de la cena, escribo en el libro de partes:
«Siendo las 22:30, salgo con el Jeep a efectuar una recorrida hasta Prima II».
Quiero que me vean en actividad ahora, de forma de pasar inadvertido durante la noche. El Gordo ve el jeep a lo lejos y me llama por radio: «Móvil 1, móvil 1. Cambio.»
Contestó sin detener la marcha pues sé que para mi compañero, soy perfectamente reconocible debido al color rojo del vehículo. Nada importante, solo curiosidad por saber adónde voy. Llego al puesto de mi amigo Luis, entro y me quito el molesto casco. Saco del bolsillo dos manzanas que robé de la cocina al pasar.
-Esta noche lo hago -le digo.
-Vos estás loco – se ríe nervioso Luis.
-Ya avancé demasiado en averiguaciones, no lo puedo postergar.
-¿Pensaste en que puede llegar alguien y vos, adentro...? – me insiste Luis.
-Lo tengo todo pensado. Ya casi lo hago el otro fin de semana y lo postergué al cuete. Mirá; si tiene que venir alguien un sábado, lo va a hacer antes de las doce de la noche, después es difícil. Además, cualquiera que entre, el Gordo me avisará por radio. Preparé una prolongación desde la casilla y voy a tenerla cerca todo el tiempo...
-¿Cómo vas a confiarte en el Gordo? No le habrás contado... – me interrumpe Luis.
-Por supuesto que no. Pero ya lo tengo domesticado. Favor por favor, siempre le llevo comestibles extras de la cocina y él me avisa cada ingreso desde la entrada, para que yo esté siempre listo como un Boy-Scout.
Tomamos mate juntos casi una hora, cavilando cada uno para sí y sin hablar. Afuera la oscuridad es total y sólo la luz verdosa del foco, ilumina la desértica entrada al área de Prima 2. La noche se extiende más allá, como una incógnita en donde sólo se adivinan los cerros en los alrededores.
Era ese un sector todavía no habilitado, pero su instalación se consideraba un futuro éxito, pues en pocos meses más sería inaugurado. Estaba poco vigilado: sólo la entrada al sector, circunvalado por un alambrado alto. El Secreto era total; solo se sabía que reemplazaría las precarias instalaciones de Prima 1, en donde parecían haberse detenido las cosas incluido el tiempo. Los comentarios decían que Prima 2 estaba siendo equipado con los adelantos técnicos más avanzados y que allí por fin, se podría salir del estancamiento de las investigaciones.
Di por concluida la mateada y dejando la calabacita sobre la mesa me levanté y salí. Luis me sigue y quedándose en la puerta, espera que suba al Jeep y arranque. Los dos sabemos que hasta el día siguiente no nos veremos para comentar lo sucedido. Recién en el micro que nos llevará de vuelta a casa, podré contarle el resultado de la operación.
En los pocos kilómetros que me separan de mi puesto en Prima 1, voy repasando mentalmente los pasos del «Procedimiento U-10»; como se lo ha bautizado. Creo estar listo para hacerlo de memoria, cosa de no perder tiempo en leer. Confío en que la Planta no se haya «enfriado» demasiado. Es más de media noche y hace seis horas que los chicos del último turno «cortaron» para irse. Tengo claro que al retomar la actividad los lunes, la mañana se va entera en la puesta a punto para alcanzar la temperatura de trabajo.
Voy a escribir en el Libro de Partes, que salgo para hacer una recorrida por la Planta Prima 1 y alrededores, pero pienso que es mejor no hacerlo. Si tardo demasiado entre el comienzo y el fin de la operación, estaría ausente del puesto de vigilancia durante un lapso sospechoso. A pesar de que con Luis me mostré seguro, sé que no es así. Siempre cabe la posibilidad de que aparezca algún cabrón de improviso a cualquier hora; también el Gordo podía fallar en avisarme y si me agarran manipulando los equipos, seguramente me echarán y quizás con alguna otra consecuencia. Prefiero entonces no anotar mi salida y en caso de ser descubierto, inventar cualquier excusa.
El ingreso a la Planta Química era lo de menos. Se decía que estaba prohibido a toda persona que no formara parte de los equipos de trabajo y en ese "decir" consistía toda la seguridad. Las puertas hacía rato que tenían sus cerraduras deterioradas y no funcionaban. Salvo dos o tres oficinas en donde se guardaban las teorías de los procesos y resultados, cuyo acceso era privativo de los ingenieros y licenciados jefes, lo demás era de cerramiento figurativo y nada real. El cuerpo de vigilancia estaba autorizado a recorrerlo absolutamente todo; pero como vivía dominado por la hijoputés que administraba el Jefe, sus componentes se cuidaban muy bien de ingresar en determinados lugares. Uno de estos era precisamente la Planta Principal de Prima 1, en la que en ese momento, una vez más, Carlos se filtraba.
Adentro, las luces de unos pocos fluorescentes permanecían encendidas en los prolongados «cortes» que acarreaba el descanso de fin de semana. Iluminaban algunos sectores, dejando otros a oscuras, con ese lastimoso y lúgubre resplandor de los tubos de neón. Calefactores eléctricos de cuarzo que ayudaban a soportar el frío, enrojecían los rincones, ya que no se desconectaban previendo la gélida llegada en el amanecer del siguiente lunes. El viejo galpón que hacía las veces de planta de investigación, chifleteaba por todos lados y sólo un argentino podía entender y aceptar que el conjunto trataba de ser un importante centro nuclear; casi único en América del Sur.
Los cables eléctricos cruzaban el espacio, abandonando el circuito original que alguna vez habría sido prolijo. Las continuas marchas y contramarchas indicaban acortamiento de trazados, no exentos de la abulia del operario de turno. Los tubos metálicos, de algún material parecido al acero inoxidable, hacían curvas mediante bridas abulonadas y transportaban el producto de las operaciones de ensayo. Por intrincados laberintos que, sin duda fueron parte de un trazado idóneo en el tablero de dibujo; al correr un par de años de trabajo, se habían visto obligados a realizar irrespetuosas desviaciones por lugares impensados originalmente.
Los tableros de comando electrónico eran una mezcla de elementos importados con improvisación criolla, donde hasta un lego descubría la desidia del realizador de esos engendros, con el consentimiento de sus jefes. Sin embargo, a este caos parecido a un dibujo de historieta, había en cierto modo que sacarle-el-sombrero. Si se tenía en cuenta el "despoder" financiero de La Empresa S.E., en relación directa al desorden de un país cuya clase dirigente se ocupaba únicamente de sus problemas partidarios y en llenarse los bolsillos, con el terrible agravante de un gobierno militar enfrascado en la represión antiguerrillera, a la cual pretendía borrar del mapa; los científicos, casi como los antiguos alquimistas, llevaban adelante un proyecto ambicioso y estaban a punto de alcanzarlo. Por suerte para el grupo que comandaba el doctor Vatom, había continuado el flujo de dinero comprometido por el gobierno militar, que era quien tenía gran interés en el asunto; a pesar de los altibajos económicos y por lo menos hasta ese momento.
Me dirijo a un extremo de la planta, en el que una pequeña casilla de madera encierra los mandos electrónicos. En la puerta alguien había dibujado el emblema de la calavera con las tibias cruzadas y un erudito gracioso estampó la famosa frase del Dante en la entrada al Infierno. Frente al tablero principal busco las llaves a cuchilla números 1 y 2, conectándolas con decisión y de un solo golpe como les había oído decir a los muchachos: paradójicamente, primero la 2, después la 1. A los cinco segundos se encienden tres indicadores verdes y el circuito está en marcha. Salgo de la casilla y voy al tablero central, para lo cual tengo que contorsionarme pasando debajo de las estructuras que sostienen las instalaciones de cañerías transportadoras del producto. Pienso que en caso de accidente será difícil salir de allí con rapidez. A lo largo de un rato espero nervioso que los indicadores marcados A, B y C enciendan sus luces. Si esto no acontece en unos diez minutos, quiere decir que la planta se enfrió demasiado y tomaría horas ponerla a punto. En ese caso debería abandonar la operación por esta vez. Por fin, a los nueve minutos con veinte segundos parpadean y quedan prendidas.
El «Proceso U-10» puede comenzar.
¿Por qué hacía Carlos esto? ¿Compensación al tedio insoportable en su puesto de vigilancia? Horas y horas dedicadas a nada, vigilando lo impredecible ¿Venganza implícita ante el comportamiento de su jefe? ¿Interés que le habían despertado con lo que hacían, los de la Planta, a los que él consideraba sus amigos y compañeros? Interminables charlas sobre lo que se hacía y se pretendía lograr, con los que estaban a cargo del desarrollo del programa. Esto insumía mucho tiempo de ocio en la cafetería de la planta o en la misma casilla de vigilancia, en donde durante prolongadas mateadas se discutía si lo que se hacía era o no correcto. Pero lo llamado correcto era una ambigüedad: Los defensores del «progreso» a-costa-de-todo, sostenían que había que comprometerse hasta las últimas consecuencias, incluyendo el Tesoro Nacional; puesto que el país que alcanzara un desarrollo nuclear coherente, estaría en condiciones de competir a nivel internacional y recuperaría rápidamente lo invertido. Según ellos había que jugarla a fondo. Carlos, al que no le faltaban "escuchas" y sus opiniones eran consideradas serias por el sólo hecho de ser más viejo -lo que entre los ignorantes sólo basta para dar amplio crédito-, tenía presentimientos que detectaban peligros de índole que él mismo no alcanzaba a definir. A pesar de que su rol no tenía en absoluto que ver con los procedimientos de trabajo que se llevaban a cabo, la gente lo escuchaba con atención. A lo largo de su vida había presenciado algunos cambios físicos en el entorno geográfico, que no encajaban con el pretendido mejoramiento del estándar de vida humano. De chico había escrito ingenuamente, en un trabajo para la escuela: «No me gustan las represas y los diques en los ríos porque cambian el paisaje que quiero».
Estoy por echar la primera medida de polvo negro en el receptáculo, cuando las luces del galpón-laboratorio se apagan; el rojo de los calefactores de cuarzo se extingue rápidamente y los tableros indicadores dejan de parpadear. Creo que me han descubierto y mi mente refleja a mi mujer y mis hijos; despido y a la calle sin trabajo. En la oscuridad total, apoyo con cuidado el cucharón con el polvo en el suelo y tropezando con los «fierros» cruzados por todos lados, llego hasta los lavatorios que están inmediatamente antes de la salida. Afuera; luna llena, estrellas, viento y silencio... silencio absoluto. No hay taca-taca-taca. Entiendo lo que pasa, el equipo diesel que suministra la energía eléctrica, está mudo. Sólo escucho la vocecita desesperada del Gordo, que por la radio aúlla: «¡Guardia Prima I! ¡Guardia Prima I! ¡Guardia Prima I! Toda el área se ha quedado sin luz, incluyendo la entrada principal al campo. Miró la hora en mi reloj: Las dos de la madrugada. Con la emoción de intentar el Proceso de Desarrollo, he olvidado alimentar con gasoil al grupo electrógeno; operación que los fines de semana, al no haber operarios de turno, está a cargo del guardia cada seis horas. Corro hasta la radio que había logrado prolongar hasta cerca de la Planta y contesto: «¡Guardia entrada, aquí Prima 1, cambio!». El Gordo, temeroso de represalias si el asunto llega a conocimiento del Jefe, quiere saber qué pasó. Le explico que se me fue la hora leyendo un libro y el apagón me sorprendió. En pocos minutos recargaré el equipo y restableceré la energía. Corto pensando que tendré que volver a la Planta para eliminar rastros. Agarro la linterna y voy puteándome a mí mismo al galponcito del equipo Diesel.
Una lechuza pasa por encima de mi cabeza, aleteando con fuerza.
Por esa vez se había terminado la investigación aplicada para él.



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