miércoles, abril 04, 2007

Hubo una vez el indio Cap.5


Cae la tarde de Patagonia. El aire diáfano deja a sus tonos dorados resaltar entre celestes. Un rosa extendido se apoya en los cerros que recortan el horizonte. Una sola estrella -posiblemente Venus- intensa y fija, adelanta la noche. Las bandurrias, en bandadas de cuatro o cinco, levantan vuelo desde el mallín y planean llamándose entre sí haciendo sonar su fuerte graznido, que como un campanazo resuena en el aire fresco. Hay un hálito mapuche en el viento que baja por las rocas del cerro vecino.
Los hombres en la actualidad, encuentran puntas de flecha que pasan a ser un recuerdo en la vitrina. Pero, ¿de aquella gente, qué se hizo?
Ahora el viento trae el taca-taca del equipo del progreso y también el olor del gasoil combustionado. Adentro, en la Planta Química, el polvo verde espera en las bolsas para ser transformado en un gas de vida y muerte, para probar que el hombre puede.
Y el indio podía.
Conocía todos los elementos.
Vivió siglos en la Patagonia ocupando la estepa, el río y la montaña.
Cazaba para comer y pescaba también; tenía animales para sacarles leche. Con los cueros y pieles hacía tiendas y se abrigaba en invierno.
Sabía hacer fuego.
Criaba hijos para fortalecerse.
Se volvía viejo para dar consejos. Y todos respetaban su experiencia.
Protegía lo que le rodeaba porque su instinto le decía que lo necesitaría siempre.
La Naturaleza lo aceptaba como a uno más y no le oponía otra resistencia que la del equilibrio natural.
Así la convivencia y la felicidad fueron perdurables durante siglos tal vez.
En otras tierras, cruzando el océano, el hombre «evolucionó» y como ser «civilizado» se dispuso a «progresar». Comenzó a utilizar el conocimiento en su exclusivo beneficio.
No conforme, emigró y conquistó lo que no era suyo, considerando que llevaba «la Verdad».
No se dio cuenta que era su verdad y no se la habían pedido.


El U-10 Cap.6


Una hora después de la cena, escribo en el libro de partes:
«Siendo las 22:30, salgo con el Jeep a efectuar una recorrida hasta Prima II».
Quiero que me vean en actividad ahora, de forma de pasar inadvertido durante la noche. El Gordo ve el jeep a lo lejos y me llama por radio: «Móvil 1, móvil 1. Cambio.»
Contestó sin detener la marcha pues sé que para mi compañero, soy perfectamente reconocible debido al color rojo del vehículo. Nada importante, solo curiosidad por saber adónde voy. Llego al puesto de mi amigo Luis, entro y me quito el molesto casco. Saco del bolsillo dos manzanas que robé de la cocina al pasar.
-Esta noche lo hago -le digo.
-Vos estás loco – se ríe nervioso Luis.
-Ya avancé demasiado en averiguaciones, no lo puedo postergar.
-¿Pensaste en que puede llegar alguien y vos, adentro...? – me insiste Luis.
-Lo tengo todo pensado. Ya casi lo hago el otro fin de semana y lo postergué al cuete. Mirá; si tiene que venir alguien un sábado, lo va a hacer antes de las doce de la noche, después es difícil. Además, cualquiera que entre, el Gordo me avisará por radio. Preparé una prolongación desde la casilla y voy a tenerla cerca todo el tiempo...
-¿Cómo vas a confiarte en el Gordo? No le habrás contado... – me interrumpe Luis.
-Por supuesto que no. Pero ya lo tengo domesticado. Favor por favor, siempre le llevo comestibles extras de la cocina y él me avisa cada ingreso desde la entrada, para que yo esté siempre listo como un Boy-Scout.
Tomamos mate juntos casi una hora, cavilando cada uno para sí y sin hablar. Afuera la oscuridad es total y sólo la luz verdosa del foco, ilumina la desértica entrada al área de Prima 2. La noche se extiende más allá, como una incógnita en donde sólo se adivinan los cerros en los alrededores.
Era ese un sector todavía no habilitado, pero su instalación se consideraba un futuro éxito, pues en pocos meses más sería inaugurado. Estaba poco vigilado: sólo la entrada al sector, circunvalado por un alambrado alto. El Secreto era total; solo se sabía que reemplazaría las precarias instalaciones de Prima 1, en donde parecían haberse detenido las cosas incluido el tiempo. Los comentarios decían que Prima 2 estaba siendo equipado con los adelantos técnicos más avanzados y que allí por fin, se podría salir del estancamiento de las investigaciones.
Di por concluida la mateada y dejando la calabacita sobre la mesa me levanté y salí. Luis me sigue y quedándose en la puerta, espera que suba al Jeep y arranque. Los dos sabemos que hasta el día siguiente no nos veremos para comentar lo sucedido. Recién en el micro que nos llevará de vuelta a casa, podré contarle el resultado de la operación.
En los pocos kilómetros que me separan de mi puesto en Prima 1, voy repasando mentalmente los pasos del «Procedimiento U-10»; como se lo ha bautizado. Creo estar listo para hacerlo de memoria, cosa de no perder tiempo en leer. Confío en que la Planta no se haya «enfriado» demasiado. Es más de media noche y hace seis horas que los chicos del último turno «cortaron» para irse. Tengo claro que al retomar la actividad los lunes, la mañana se va entera en la puesta a punto para alcanzar la temperatura de trabajo.
Voy a escribir en el Libro de Partes, que salgo para hacer una recorrida por la Planta Prima 1 y alrededores, pero pienso que es mejor no hacerlo. Si tardo demasiado entre el comienzo y el fin de la operación, estaría ausente del puesto de vigilancia durante un lapso sospechoso. A pesar de que con Luis me mostré seguro, sé que no es así. Siempre cabe la posibilidad de que aparezca algún cabrón de improviso a cualquier hora; también el Gordo podía fallar en avisarme y si me agarran manipulando los equipos, seguramente me echarán y quizás con alguna otra consecuencia. Prefiero entonces no anotar mi salida y en caso de ser descubierto, inventar cualquier excusa.
El ingreso a la Planta Química era lo de menos. Se decía que estaba prohibido a toda persona que no formara parte de los equipos de trabajo y en ese "decir" consistía toda la seguridad. Las puertas hacía rato que tenían sus cerraduras deterioradas y no funcionaban. Salvo dos o tres oficinas en donde se guardaban las teorías de los procesos y resultados, cuyo acceso era privativo de los ingenieros y licenciados jefes, lo demás era de cerramiento figurativo y nada real. El cuerpo de vigilancia estaba autorizado a recorrerlo absolutamente todo; pero como vivía dominado por la hijoputés que administraba el Jefe, sus componentes se cuidaban muy bien de ingresar en determinados lugares. Uno de estos era precisamente la Planta Principal de Prima 1, en la que en ese momento, una vez más, Carlos se filtraba.
Adentro, las luces de unos pocos fluorescentes permanecían encendidas en los prolongados «cortes» que acarreaba el descanso de fin de semana. Iluminaban algunos sectores, dejando otros a oscuras, con ese lastimoso y lúgubre resplandor de los tubos de neón. Calefactores eléctricos de cuarzo que ayudaban a soportar el frío, enrojecían los rincones, ya que no se desconectaban previendo la gélida llegada en el amanecer del siguiente lunes. El viejo galpón que hacía las veces de planta de investigación, chifleteaba por todos lados y sólo un argentino podía entender y aceptar que el conjunto trataba de ser un importante centro nuclear; casi único en América del Sur.
Los cables eléctricos cruzaban el espacio, abandonando el circuito original que alguna vez habría sido prolijo. Las continuas marchas y contramarchas indicaban acortamiento de trazados, no exentos de la abulia del operario de turno. Los tubos metálicos, de algún material parecido al acero inoxidable, hacían curvas mediante bridas abulonadas y transportaban el producto de las operaciones de ensayo. Por intrincados laberintos que, sin duda fueron parte de un trazado idóneo en el tablero de dibujo; al correr un par de años de trabajo, se habían visto obligados a realizar irrespetuosas desviaciones por lugares impensados originalmente.
Los tableros de comando electrónico eran una mezcla de elementos importados con improvisación criolla, donde hasta un lego descubría la desidia del realizador de esos engendros, con el consentimiento de sus jefes. Sin embargo, a este caos parecido a un dibujo de historieta, había en cierto modo que sacarle-el-sombrero. Si se tenía en cuenta el "despoder" financiero de La Empresa S.E., en relación directa al desorden de un país cuya clase dirigente se ocupaba únicamente de sus problemas partidarios y en llenarse los bolsillos, con el terrible agravante de un gobierno militar enfrascado en la represión antiguerrillera, a la cual pretendía borrar del mapa; los científicos, casi como los antiguos alquimistas, llevaban adelante un proyecto ambicioso y estaban a punto de alcanzarlo. Por suerte para el grupo que comandaba el doctor Vatom, había continuado el flujo de dinero comprometido por el gobierno militar, que era quien tenía gran interés en el asunto; a pesar de los altibajos económicos y por lo menos hasta ese momento.
Me dirijo a un extremo de la planta, en el que una pequeña casilla de madera encierra los mandos electrónicos. En la puerta alguien había dibujado el emblema de la calavera con las tibias cruzadas y un erudito gracioso estampó la famosa frase del Dante en la entrada al Infierno. Frente al tablero principal busco las llaves a cuchilla números 1 y 2, conectándolas con decisión y de un solo golpe como les había oído decir a los muchachos: paradójicamente, primero la 2, después la 1. A los cinco segundos se encienden tres indicadores verdes y el circuito está en marcha. Salgo de la casilla y voy al tablero central, para lo cual tengo que contorsionarme pasando debajo de las estructuras que sostienen las instalaciones de cañerías transportadoras del producto. Pienso que en caso de accidente será difícil salir de allí con rapidez. A lo largo de un rato espero nervioso que los indicadores marcados A, B y C enciendan sus luces. Si esto no acontece en unos diez minutos, quiere decir que la planta se enfrió demasiado y tomaría horas ponerla a punto. En ese caso debería abandonar la operación por esta vez. Por fin, a los nueve minutos con veinte segundos parpadean y quedan prendidas.
El «Proceso U-10» puede comenzar.
¿Por qué hacía Carlos esto? ¿Compensación al tedio insoportable en su puesto de vigilancia? Horas y horas dedicadas a nada, vigilando lo impredecible ¿Venganza implícita ante el comportamiento de su jefe? ¿Interés que le habían despertado con lo que hacían, los de la Planta, a los que él consideraba sus amigos y compañeros? Interminables charlas sobre lo que se hacía y se pretendía lograr, con los que estaban a cargo del desarrollo del programa. Esto insumía mucho tiempo de ocio en la cafetería de la planta o en la misma casilla de vigilancia, en donde durante prolongadas mateadas se discutía si lo que se hacía era o no correcto. Pero lo llamado correcto era una ambigüedad: Los defensores del «progreso» a-costa-de-todo, sostenían que había que comprometerse hasta las últimas consecuencias, incluyendo el Tesoro Nacional; puesto que el país que alcanzara un desarrollo nuclear coherente, estaría en condiciones de competir a nivel internacional y recuperaría rápidamente lo invertido. Según ellos había que jugarla a fondo. Carlos, al que no le faltaban "escuchas" y sus opiniones eran consideradas serias por el sólo hecho de ser más viejo -lo que entre los ignorantes sólo basta para dar amplio crédito-, tenía presentimientos que detectaban peligros de índole que él mismo no alcanzaba a definir. A pesar de que su rol no tenía en absoluto que ver con los procedimientos de trabajo que se llevaban a cabo, la gente lo escuchaba con atención. A lo largo de su vida había presenciado algunos cambios físicos en el entorno geográfico, que no encajaban con el pretendido mejoramiento del estándar de vida humano. De chico había escrito ingenuamente, en un trabajo para la escuela: «No me gustan las represas y los diques en los ríos porque cambian el paisaje que quiero».
Estoy por echar la primera medida de polvo negro en el receptáculo, cuando las luces del galpón-laboratorio se apagan; el rojo de los calefactores de cuarzo se extingue rápidamente y los tableros indicadores dejan de parpadear. Creo que me han descubierto y mi mente refleja a mi mujer y mis hijos; despido y a la calle sin trabajo. En la oscuridad total, apoyo con cuidado el cucharón con el polvo en el suelo y tropezando con los «fierros» cruzados por todos lados, llego hasta los lavatorios que están inmediatamente antes de la salida. Afuera; luna llena, estrellas, viento y silencio... silencio absoluto. No hay taca-taca-taca. Entiendo lo que pasa, el equipo diesel que suministra la energía eléctrica, está mudo. Sólo escucho la vocecita desesperada del Gordo, que por la radio aúlla: «¡Guardia Prima I! ¡Guardia Prima I! ¡Guardia Prima I! Toda el área se ha quedado sin luz, incluyendo la entrada principal al campo. Miró la hora en mi reloj: Las dos de la madrugada. Con la emoción de intentar el Proceso de Desarrollo, he olvidado alimentar con gasoil al grupo electrógeno; operación que los fines de semana, al no haber operarios de turno, está a cargo del guardia cada seis horas. Corro hasta la radio que había logrado prolongar hasta cerca de la Planta y contesto: «¡Guardia entrada, aquí Prima 1, cambio!». El Gordo, temeroso de represalias si el asunto llega a conocimiento del Jefe, quiere saber qué pasó. Le explico que se me fue la hora leyendo un libro y el apagón me sorprendió. En pocos minutos recargaré el equipo y restableceré la energía. Corto pensando que tendré que volver a la Planta para eliminar rastros. Agarro la linterna y voy puteándome a mí mismo al galponcito del equipo Diesel.
Una lechuza pasa por encima de mi cabeza, aleteando con fuerza.
Por esa vez se había terminado la investigación aplicada para él.



domingo, abril 01, 2007

Ejecutivos abandonados - caps. 2 - 3 y 4



Edicion Año 2006
«El guardia en la jaula» Novela
Carlos Rey
100 páginas
ISBN-10: 987-05-0627-5
ISBN-13: 978-987-05-0627-0
Gupo Amigos del Libro Patagónico



Ejecutivos abandonados Cap.2


-¿Así que el tren descarriló Jefe? -pregunta el chofer sin quitar la vista del camino de tierra.
-No señor. No descarriló; se le recalentaron los frenos y los fierros llegaron a ponerse al rojo -contesta el Jefe con cara de conocimiento-de-causa.
El chofer conduce con firmeza sobre el inseguro camino de ripio que ondula entre lomadas y cerros altos. Cada curva requiere de su muñeca para salir airoso del otro lado. No va muy despacio para el gusto de Carlos, que sentado en el segundo asiento está atento al Jefe. Es su primer viaje por este camino cumpliendo su trabajo. En otra oportunidad lo había recorrido para conocer la laguna y pasar un domingo con su familia. Ahora acompaña a su superior que va en el asiento de adelante fumando y conversando con el chofer.
-El tren... Cuando no fallan los frenos, falta el maquinista. Nunca va a andar como la gente -comenta Pablo el chofer esquivando un pozo.
-¿Siempre hay algún problema? -pregunta Carlos por decir algo.
-¿Usted cree que a mí me han nombrado jefe porque sí nomás? -dice abruptamente y sin dejar en claro la causa de su enojo- ¡Esté más atento y si descubre una manada de ciervos en los cerros me avisa!
El chofer mira a Carlos por el espejo y amistoso le guiña un ojo.
Son las ocho, el sol pega fuerte y la mañana resplandece de Patagonia limpia. Carlos, con los prismáticos, busca las cumbres más bajas en las que grupos de pinos de intenso verde crecen alineados. Son plantaciones de árboles exóticos hechas por los hombres de las estancias vecinas.
-¡Allá se mueve una manada, Jefe! Pero no son ciervos, son guanacos -informa cumpliendo con el estúpido pedido y señalando, al tiempo que le pasa el binóculo.
-¡Ajá! Hay por lo menos doce, che ¡Lástima que esté prohibido! -deja en suspenso lo que piensa el Jefe, y que seguramente pasa por las ganas de "bajar algún bicho"- Apure, apure y dejemos de pavear. Los capos deben estar que arden de bronca con la quedada.
Las piedras repiquetean en la carrocería del Tragaleguas, el pequeño micro de transporte contratado por la Empresa. A lo lejos, adelante, se divisa la arboleda que circunda la Laguna de los Flamencos.
La ruta nacional, que por su recorrido fue posiblemente alguna vez una rastrillada de indios, sale de Colonia Nahuel, bordea el lago, desvía hacia el Este internándose en la estepa patagónica y recorriendo varias localidades del valle frutícola -en un trayecto de mil kilómetros- llega hasta las playas lejanas del Atlántico. En ese recorrido, apenas a cincuenta kilómetros de la ciudad, se desvía hacia los sectores prohibidos para el común de la gente, de la Planta Físico-Química. Los directivos no ocultan su existencia, que de hecho da trabajo a parte de los habitantes de Colonia Nahuel; pero mantienen un cerrado secreto sobre lo que se lleva a cabo en esas instalaciones. Al llegar a ellas, el camino es cortado por una barrera manual a cargo del personal de vigilancia, que ocupa una pequeña casa con radiocomunicador. Nadie pasa sin una orden especial o un aviso previo y fehaciente a la guardia de turno.
Una curva que obliga a aminorar la marcha, los deja casi al borde de la laguna; la brisita riza la superficie en donde destella el sol todavía no muy alto. Unos teros levantan vuelo a los gritos y dos ovejas escapan detrás del cerco de madera de la casa del poblador. Cuatro o cinco flamencos rosados se lucen en el medio del agua y los patos se zambullen uno atrás del otro. Más allá la estación remota del Ferrocarril del Sur, despereza su sueño de campo albergando durante un rato al grupo patronal de la Empresa S.E., que quedó a medio camino por culpa del tren.
-Señores, el vehículo está a su disposición -dice el Jefe presentándose con una innecesaria venia militar-. Pueden continuar camino a las Plantas. Y ofrece a los ejecutivos el micro en el que acaba de llegar con su subalterno.
-Gracias Jefe, muy eficiente lo suyo. Recuérdeme más tarde para charlar sobre el ajuste del que hablamos -Dice el doctor Vatom, científico y directivo principal.
Y dejando de lado el contratiempo de la demora, continúa con el parloteo que lo ocupaba con el resto de la comitiva, antes de la llegada del micrito, convenciéndose mutuamente de la necesidad de lo que están haciendo.



Domingo Cap.3



Sol pureza. Transparente Patagonia. Olor a campo. Cerritos siempre a mano. Turno diurno. Carlos y Luis, lata en mano prueban los primeros lanzamientos en el Curru Leufu. El día se abre como una promesa que no se alcanza a explicar: Es el Sur.
«Miro la meseta, la de terrazones ovalados y pastos duros de viento.
¿Vos sabés cómo se pesca con lata? Yo te puedo explicar; es una experiencia que no te podés perder y además está prohibido por los reglamentos de los Parques Nacionales, lo que la hace más atractiva si esto fuera posible. Aunque todavía no entiendo por qué, si al fin y al cabo es más difícil y además no tiene gasto de equipo especial.
Tenés que conseguir una lata vacía de duraznos en almíbar (ojo, de tomates no sirve por el tamaño). También un palito; si es redondo mejor, para no lastimarte la mano. Metelo haciendo las veces de diámetro de la lata en su extremo abierto y clavalo a esta en las puntas para que quede
firme.
Ya tenés el cincuenta por ciento. Después vas a tener que conseguir unos quince metros de hilo de nailon no muy grueso. Mas bien finito, porque las truchas se asustan fácil. Hay que atar una de las puntas en el palito y arrollar el resto de hilo en la lata. En el otro extremo le ponés un anzuelo. Ahora esto sí, hay que hacerlo honestamente; quiero decir entre la trucha y vos: Hay que agregarle una «cucharita», o sea un señuelo artificial. Nada de lombrices o tábanos.
Después, todo es cuestión de sincronización: Revolear, lanzar y recoger el hilo enrollándolo en la lata. Esto mismo se repite todo el tiempo. Conviene ir cambiando cada tanto de lugar. Te aseguro que podés llegar a sacar las truchas más lindas.»
Los puestos de guardia son un olvido desde hace rato. Carlos y Luis avanzan en calzoncillos y el torso desnudo por la orilla del río y su espejo los refleja. De plata, zigzaguea bordeando verdes. Liso, parece no correr hacia el destino oceánico. Algunas piedras lo delatan al pasar sobre ellas. Espuma momentánea, deja oír el rumor de su avance de milenios. Imagen y sonido puro porque no surge de lo artificial. Luis y Carlos avanzan en el día de la Tierra y no necesitan más.
Carlos limpió de entrañas dos truchas Arco Iris, mientras Luis encendió el fuego para cocinarlas.
Luis recogió unas ramas secas y les prendió fuego, mientras el hilo de la lata de Carlos se soltó en rulos y el anzuelo buscó el alimento para ese día.
Un hecho arrancado del ser humano a su primera intención en el mundo; a raíz tal vez de un «progreso» que sin ver otras consecuencias, dirigió la inteligencia en un solo sentido de ciencia y "progreso".
Carlos, para cocinar, partió unos palos secos de los que abundan en el suelo, cuando con una exclamación, Luis vio que la trucha mordía el anzuelo. Hace calor, porque es Enero, pero está fresco. Todo lo que los rodea es sano. Intocado.
Sentados, terminan de comer los pescados mirando el río. -Fijáte el tornasolado que hace acá el agua -dijo Carlos con admiración.
-Sí, parece aceite -contestó Luis con ironía.
-Debe ser un efecto de refracción de la luz -insistió Carlos.
-Mirá bien y no digas pavadas. Anteanoche estuve con el ecólogo; con Campanelli. Vino para hacer unos trabajos nocturnos en el campo y se quedó mateando un rato en el puesto. Estaba preocupado. Me confesó que tenía que hacer un informe porque había descubierto manchas de aceite en el arroyo donde tiene instalado un vivero de truchas. Llevó una muestra, la hizo analizar y le dio que era gasoil con aceite de máquina. -Me imagino; se le murieron los alevinos -dijo Carlos.
-No, todavía no pasó nada. Pero está entre la espada y la pared. Si eleva el informe se juega el puesto, lo pueden usar a él como fusible.
-¡Eh! Por unas manchas de aceite, no creo que sea para tanto.
-Mirá -dijo Luis -no me lo iba a largar, pero mate va mate viene, me dijo que sospecha otro tipo de componentes en esas muestras. Ahora está medio jugado y tiene que afrontar.
-¿Qué tipo de componentes?
-Por ejemplo los residuos de lo que se investiga en la planta de Prima I.





El Secreto Cap.4



El Doctor está por llegar. Los guardapolvos blancos y los cascos verdes puestos. Pareciera faltar sólo una banda de música que tocara «Dios salve América».
Ayer en el almuerzo -Carlos disponía de 20´ para ello- escuchó casualmente la conversación a sus espaldas de dos de los ingenieros de la Planta: Polvo gris, polvo negro y polvo verde. Tungsteno-Vanadio, corrosión, juntas y escapes de gases. Mañana viene el Doctor de Buenos Aires. Hay que mostrarle todo en orden y los logros alcanzados.
-Vos no sé que pensarás. Pero esto no camina.
-No te aflijas, ellos saben que con los elementos que nos dan, más no se puede hacer.
-De acuerdo; pero los plazos que se fijaron para la fase Pre-Cero ya se cumplieron y todavía estamos con problemas eléctricos y mecánicos básicos.
-Y bueno che. Son problemas de infraestructura ¿Qué querés con esta planta? Parece como si el plano lo hubiera dibujado un historietista.
-Bueno, supongo que irá mejor cuando terminen de montar Prima II, al menos eso es lo que se dice. Después nos tenemos que poner de acuerdo en lo que vamos a decir, digo, para no contradecirnos. Te espero a las cinco en la oficina.
Una de tantas tardes, y en medio del aburrimiento habitual, Carlos observaba desde su lugar de vigilancia los vapores que llegaban espesos muy arriba. La parte densa de la nube que salía por las chimeneas de la Planta; sobrepasaba la altura de los álamos, que se veían agrisados a pesar de la época.
Recordaba que cuando había ingresado, hacía un año, fue una de las cosas que llamaron su atención: Ese agrisado no llegaba a los quince metros. Los álamos deberían tener unos veinticinco o treinta; lo que significaba un incremento de la corrupción al doble, por lo menos para lo que fuera vegetal. Más arriba, a causa del viento la nube se iba disipando, un sol débil se filtraba por ella y hacía todas las cosas opacas, como vistas a través de un vidrio sucio.
En los tiempos que siguieron a su ingreso, los muchachos de la Planta le comentaban con suspicacia lo que podía estar sucediendo al llevar adelante las investigaciones científicas. Era como siempre: Los que sabían de la cosa, estaban comprometidos y de ellos no se escapaba ningún comentario, a riesgo de perder el trabajo. Los que la conocían a medias hacían de ello un juego; demostraban que sabían más de lo que en realidad conocían y se escudaban en el Secreto.
¿Cuántos sabían la verdad? ¿Quiénes estaban realmente en el conocimiento de lo que se hacía en las Plantas? La respuesta formaba parte de otro "misterio" menos importante, pero al que todos adherían.
Carlos decidió hacer su propia investigación aplicada y para ello esperó un sábado por la noche, fin de semana en que le tocaría estar de turno en Prima I. Era el período en que no había nadie, excepto el cuerpo de vigilancia que él integraba. De día no hubiera sido lo mismo, pues siempre había algo imprevisto. En los alrededores vivían dos o tres peones que, con sus familias, poblaban el lugar. Aunque alejadas un par de kilómetros, podían en sus recorridas a caballo, ver un movimiento no habitual para un fin de semana y delatarlo a los directivos. Además siempre cabría la posibilidad de que alguno de los ingenieros o técnicos jefes apareciera de improviso en misión desconocida y deambulara un par de horas por la Planta Química. En cambio de noche era distinto; nadie se preocupaba realmente por lo que pudiera estar pasando un fin de semana en los lugares de trabajo. Los viernes por la tarde, a las seis, los grupos de turno en las plantas A y B; cerraban las válvulas, desconectaban los tableros de mando electrónico, todo se aquietaba y sólo quedaba en el aire el taca-taca-taca del equipo Diesel que suministraba energía eléctrica a toda el área. Las comidas que iban desde el viernes a la noche hasta la cena del domingo, quedaban en manos de los vigilantes. El turno sólo se componía de tres personas: Carlos compartía sus guardias con el Gordo, quien estaba a cargo de la entrada principal al área y se consideraba por su propia cuenta a sí mismo una especie, de sub-jefe detrás del Jefe principal. Esto se contradecía ridículamente con el hecho de que no sabía conducir, de modo que el Jeep quedaba en Prima I a cargo de Carlos. Por otro lado, Luis, que completaba el terceto, había sido durante mucho tiempo el encargado del acceso principal, pero habiendo caído en desgracia con el Jefe, este lo relegó a la guardia de Prima II; la cual quedaba bastante alejada y en dirección opuesta. Luis compartía con Carlos una entrañable amistad nacida del mismo trabajo, y que iba más allá de cualquier duda mutua. Los tres puestos, separados entre sí unos cuantos kilómetros, formaban una especie de triángulo y se intercomunicaban por radio en una frecuencia estipulada. Podían estar en contacto continuo a pesar de no verse, debido a los cerritos circundantes y la distancia.


(continúa)