domingo, abril 01, 2007

Ejecutivos abandonados - caps. 2 - 3 y 4



Edicion Año 2006
«El guardia en la jaula» Novela
Carlos Rey
100 páginas
ISBN-10: 987-05-0627-5
ISBN-13: 978-987-05-0627-0
Gupo Amigos del Libro Patagónico



Ejecutivos abandonados Cap.2


-¿Así que el tren descarriló Jefe? -pregunta el chofer sin quitar la vista del camino de tierra.
-No señor. No descarriló; se le recalentaron los frenos y los fierros llegaron a ponerse al rojo -contesta el Jefe con cara de conocimiento-de-causa.
El chofer conduce con firmeza sobre el inseguro camino de ripio que ondula entre lomadas y cerros altos. Cada curva requiere de su muñeca para salir airoso del otro lado. No va muy despacio para el gusto de Carlos, que sentado en el segundo asiento está atento al Jefe. Es su primer viaje por este camino cumpliendo su trabajo. En otra oportunidad lo había recorrido para conocer la laguna y pasar un domingo con su familia. Ahora acompaña a su superior que va en el asiento de adelante fumando y conversando con el chofer.
-El tren... Cuando no fallan los frenos, falta el maquinista. Nunca va a andar como la gente -comenta Pablo el chofer esquivando un pozo.
-¿Siempre hay algún problema? -pregunta Carlos por decir algo.
-¿Usted cree que a mí me han nombrado jefe porque sí nomás? -dice abruptamente y sin dejar en claro la causa de su enojo- ¡Esté más atento y si descubre una manada de ciervos en los cerros me avisa!
El chofer mira a Carlos por el espejo y amistoso le guiña un ojo.
Son las ocho, el sol pega fuerte y la mañana resplandece de Patagonia limpia. Carlos, con los prismáticos, busca las cumbres más bajas en las que grupos de pinos de intenso verde crecen alineados. Son plantaciones de árboles exóticos hechas por los hombres de las estancias vecinas.
-¡Allá se mueve una manada, Jefe! Pero no son ciervos, son guanacos -informa cumpliendo con el estúpido pedido y señalando, al tiempo que le pasa el binóculo.
-¡Ajá! Hay por lo menos doce, che ¡Lástima que esté prohibido! -deja en suspenso lo que piensa el Jefe, y que seguramente pasa por las ganas de "bajar algún bicho"- Apure, apure y dejemos de pavear. Los capos deben estar que arden de bronca con la quedada.
Las piedras repiquetean en la carrocería del Tragaleguas, el pequeño micro de transporte contratado por la Empresa. A lo lejos, adelante, se divisa la arboleda que circunda la Laguna de los Flamencos.
La ruta nacional, que por su recorrido fue posiblemente alguna vez una rastrillada de indios, sale de Colonia Nahuel, bordea el lago, desvía hacia el Este internándose en la estepa patagónica y recorriendo varias localidades del valle frutícola -en un trayecto de mil kilómetros- llega hasta las playas lejanas del Atlántico. En ese recorrido, apenas a cincuenta kilómetros de la ciudad, se desvía hacia los sectores prohibidos para el común de la gente, de la Planta Físico-Química. Los directivos no ocultan su existencia, que de hecho da trabajo a parte de los habitantes de Colonia Nahuel; pero mantienen un cerrado secreto sobre lo que se lleva a cabo en esas instalaciones. Al llegar a ellas, el camino es cortado por una barrera manual a cargo del personal de vigilancia, que ocupa una pequeña casa con radiocomunicador. Nadie pasa sin una orden especial o un aviso previo y fehaciente a la guardia de turno.
Una curva que obliga a aminorar la marcha, los deja casi al borde de la laguna; la brisita riza la superficie en donde destella el sol todavía no muy alto. Unos teros levantan vuelo a los gritos y dos ovejas escapan detrás del cerco de madera de la casa del poblador. Cuatro o cinco flamencos rosados se lucen en el medio del agua y los patos se zambullen uno atrás del otro. Más allá la estación remota del Ferrocarril del Sur, despereza su sueño de campo albergando durante un rato al grupo patronal de la Empresa S.E., que quedó a medio camino por culpa del tren.
-Señores, el vehículo está a su disposición -dice el Jefe presentándose con una innecesaria venia militar-. Pueden continuar camino a las Plantas. Y ofrece a los ejecutivos el micro en el que acaba de llegar con su subalterno.
-Gracias Jefe, muy eficiente lo suyo. Recuérdeme más tarde para charlar sobre el ajuste del que hablamos -Dice el doctor Vatom, científico y directivo principal.
Y dejando de lado el contratiempo de la demora, continúa con el parloteo que lo ocupaba con el resto de la comitiva, antes de la llegada del micrito, convenciéndose mutuamente de la necesidad de lo que están haciendo.



Domingo Cap.3



Sol pureza. Transparente Patagonia. Olor a campo. Cerritos siempre a mano. Turno diurno. Carlos y Luis, lata en mano prueban los primeros lanzamientos en el Curru Leufu. El día se abre como una promesa que no se alcanza a explicar: Es el Sur.
«Miro la meseta, la de terrazones ovalados y pastos duros de viento.
¿Vos sabés cómo se pesca con lata? Yo te puedo explicar; es una experiencia que no te podés perder y además está prohibido por los reglamentos de los Parques Nacionales, lo que la hace más atractiva si esto fuera posible. Aunque todavía no entiendo por qué, si al fin y al cabo es más difícil y además no tiene gasto de equipo especial.
Tenés que conseguir una lata vacía de duraznos en almíbar (ojo, de tomates no sirve por el tamaño). También un palito; si es redondo mejor, para no lastimarte la mano. Metelo haciendo las veces de diámetro de la lata en su extremo abierto y clavalo a esta en las puntas para que quede
firme.
Ya tenés el cincuenta por ciento. Después vas a tener que conseguir unos quince metros de hilo de nailon no muy grueso. Mas bien finito, porque las truchas se asustan fácil. Hay que atar una de las puntas en el palito y arrollar el resto de hilo en la lata. En el otro extremo le ponés un anzuelo. Ahora esto sí, hay que hacerlo honestamente; quiero decir entre la trucha y vos: Hay que agregarle una «cucharita», o sea un señuelo artificial. Nada de lombrices o tábanos.
Después, todo es cuestión de sincronización: Revolear, lanzar y recoger el hilo enrollándolo en la lata. Esto mismo se repite todo el tiempo. Conviene ir cambiando cada tanto de lugar. Te aseguro que podés llegar a sacar las truchas más lindas.»
Los puestos de guardia son un olvido desde hace rato. Carlos y Luis avanzan en calzoncillos y el torso desnudo por la orilla del río y su espejo los refleja. De plata, zigzaguea bordeando verdes. Liso, parece no correr hacia el destino oceánico. Algunas piedras lo delatan al pasar sobre ellas. Espuma momentánea, deja oír el rumor de su avance de milenios. Imagen y sonido puro porque no surge de lo artificial. Luis y Carlos avanzan en el día de la Tierra y no necesitan más.
Carlos limpió de entrañas dos truchas Arco Iris, mientras Luis encendió el fuego para cocinarlas.
Luis recogió unas ramas secas y les prendió fuego, mientras el hilo de la lata de Carlos se soltó en rulos y el anzuelo buscó el alimento para ese día.
Un hecho arrancado del ser humano a su primera intención en el mundo; a raíz tal vez de un «progreso» que sin ver otras consecuencias, dirigió la inteligencia en un solo sentido de ciencia y "progreso".
Carlos, para cocinar, partió unos palos secos de los que abundan en el suelo, cuando con una exclamación, Luis vio que la trucha mordía el anzuelo. Hace calor, porque es Enero, pero está fresco. Todo lo que los rodea es sano. Intocado.
Sentados, terminan de comer los pescados mirando el río. -Fijáte el tornasolado que hace acá el agua -dijo Carlos con admiración.
-Sí, parece aceite -contestó Luis con ironía.
-Debe ser un efecto de refracción de la luz -insistió Carlos.
-Mirá bien y no digas pavadas. Anteanoche estuve con el ecólogo; con Campanelli. Vino para hacer unos trabajos nocturnos en el campo y se quedó mateando un rato en el puesto. Estaba preocupado. Me confesó que tenía que hacer un informe porque había descubierto manchas de aceite en el arroyo donde tiene instalado un vivero de truchas. Llevó una muestra, la hizo analizar y le dio que era gasoil con aceite de máquina. -Me imagino; se le murieron los alevinos -dijo Carlos.
-No, todavía no pasó nada. Pero está entre la espada y la pared. Si eleva el informe se juega el puesto, lo pueden usar a él como fusible.
-¡Eh! Por unas manchas de aceite, no creo que sea para tanto.
-Mirá -dijo Luis -no me lo iba a largar, pero mate va mate viene, me dijo que sospecha otro tipo de componentes en esas muestras. Ahora está medio jugado y tiene que afrontar.
-¿Qué tipo de componentes?
-Por ejemplo los residuos de lo que se investiga en la planta de Prima I.





El Secreto Cap.4



El Doctor está por llegar. Los guardapolvos blancos y los cascos verdes puestos. Pareciera faltar sólo una banda de música que tocara «Dios salve América».
Ayer en el almuerzo -Carlos disponía de 20´ para ello- escuchó casualmente la conversación a sus espaldas de dos de los ingenieros de la Planta: Polvo gris, polvo negro y polvo verde. Tungsteno-Vanadio, corrosión, juntas y escapes de gases. Mañana viene el Doctor de Buenos Aires. Hay que mostrarle todo en orden y los logros alcanzados.
-Vos no sé que pensarás. Pero esto no camina.
-No te aflijas, ellos saben que con los elementos que nos dan, más no se puede hacer.
-De acuerdo; pero los plazos que se fijaron para la fase Pre-Cero ya se cumplieron y todavía estamos con problemas eléctricos y mecánicos básicos.
-Y bueno che. Son problemas de infraestructura ¿Qué querés con esta planta? Parece como si el plano lo hubiera dibujado un historietista.
-Bueno, supongo que irá mejor cuando terminen de montar Prima II, al menos eso es lo que se dice. Después nos tenemos que poner de acuerdo en lo que vamos a decir, digo, para no contradecirnos. Te espero a las cinco en la oficina.
Una de tantas tardes, y en medio del aburrimiento habitual, Carlos observaba desde su lugar de vigilancia los vapores que llegaban espesos muy arriba. La parte densa de la nube que salía por las chimeneas de la Planta; sobrepasaba la altura de los álamos, que se veían agrisados a pesar de la época.
Recordaba que cuando había ingresado, hacía un año, fue una de las cosas que llamaron su atención: Ese agrisado no llegaba a los quince metros. Los álamos deberían tener unos veinticinco o treinta; lo que significaba un incremento de la corrupción al doble, por lo menos para lo que fuera vegetal. Más arriba, a causa del viento la nube se iba disipando, un sol débil se filtraba por ella y hacía todas las cosas opacas, como vistas a través de un vidrio sucio.
En los tiempos que siguieron a su ingreso, los muchachos de la Planta le comentaban con suspicacia lo que podía estar sucediendo al llevar adelante las investigaciones científicas. Era como siempre: Los que sabían de la cosa, estaban comprometidos y de ellos no se escapaba ningún comentario, a riesgo de perder el trabajo. Los que la conocían a medias hacían de ello un juego; demostraban que sabían más de lo que en realidad conocían y se escudaban en el Secreto.
¿Cuántos sabían la verdad? ¿Quiénes estaban realmente en el conocimiento de lo que se hacía en las Plantas? La respuesta formaba parte de otro "misterio" menos importante, pero al que todos adherían.
Carlos decidió hacer su propia investigación aplicada y para ello esperó un sábado por la noche, fin de semana en que le tocaría estar de turno en Prima I. Era el período en que no había nadie, excepto el cuerpo de vigilancia que él integraba. De día no hubiera sido lo mismo, pues siempre había algo imprevisto. En los alrededores vivían dos o tres peones que, con sus familias, poblaban el lugar. Aunque alejadas un par de kilómetros, podían en sus recorridas a caballo, ver un movimiento no habitual para un fin de semana y delatarlo a los directivos. Además siempre cabría la posibilidad de que alguno de los ingenieros o técnicos jefes apareciera de improviso en misión desconocida y deambulara un par de horas por la Planta Química. En cambio de noche era distinto; nadie se preocupaba realmente por lo que pudiera estar pasando un fin de semana en los lugares de trabajo. Los viernes por la tarde, a las seis, los grupos de turno en las plantas A y B; cerraban las válvulas, desconectaban los tableros de mando electrónico, todo se aquietaba y sólo quedaba en el aire el taca-taca-taca del equipo Diesel que suministraba energía eléctrica a toda el área. Las comidas que iban desde el viernes a la noche hasta la cena del domingo, quedaban en manos de los vigilantes. El turno sólo se componía de tres personas: Carlos compartía sus guardias con el Gordo, quien estaba a cargo de la entrada principal al área y se consideraba por su propia cuenta a sí mismo una especie, de sub-jefe detrás del Jefe principal. Esto se contradecía ridículamente con el hecho de que no sabía conducir, de modo que el Jeep quedaba en Prima I a cargo de Carlos. Por otro lado, Luis, que completaba el terceto, había sido durante mucho tiempo el encargado del acceso principal, pero habiendo caído en desgracia con el Jefe, este lo relegó a la guardia de Prima II; la cual quedaba bastante alejada y en dirección opuesta. Luis compartía con Carlos una entrañable amistad nacida del mismo trabajo, y que iba más allá de cualquier duda mutua. Los tres puestos, separados entre sí unos cuantos kilómetros, formaban una especie de triángulo y se intercomunicaban por radio en una frecuencia estipulada. Podían estar en contacto continuo a pesar de no verse, debido a los cerritos circundantes y la distancia.


(continúa)

No hay comentarios.: