lunes, abril 09, 2007

Relaciones - Cap. 7




Relaciones Cap.7

-Pensamos que te habrías dormido, así que decidimos venir a salvarte de las iras de tu jefe -le dicen con sorna.
Son Daniel y Charli, los electricistas de la Planta que irrumpen en la casilla. Está a oscuras. Sólo brilla la lucecita roja del radiocomunicador vigilante, dispuesto a recibir y reproducir. Él, clavado en su silla, mira sin ver el resplandor verdoso de los focos exteriores a través de los vidrios.
-Son las tres Carlitos, no podemos permitir que te duermas y descuides la vigilancia -dice Charli.
-Mirá si nos pasa algo allá adentro, ¿quién se va a ocupar de la acción si no es nuestro atento guardia? -se burla Daniel.
Ellos tienen alrededor de veinticinco años y ganas de divertirse; sus overoles huelen ácidamente a productos de la planta. Vienen de allí y sus botines de trabajo, dejan huellas de polvo «non-sancto» en el piso de la casilla de guardia.
-Decí la verdad viejo ¿Cuánto darías por una cama medianamente mullida a esta hora?
-¿No te queda el culo plano de estar allí sentado tantas horas? -insisten.
Son buenos chicos, piensa, no lo hacen con maldad. Tienen un rato libre y vienen a joder nomás.
-Estuvimos reparando una conexión del «Muerto» y ahora no sabíamos qué hacer. La hora no pasa más -dice Charli.
El ingeniero se retiró a la oficina para cotejar datos -subraya Daniel con sorna aludiendo a que se iba a dormir, mientras se le acumulan horas extras de trabajo.
-Le debe estar dando duro al ojo. Hasta mañana no aparece -corta Charli- Dale, venite a jugar un truco en la Planta, así nosotros estamos cerca del proceso, ¿a esta hora quién te va a llamar?
Daniel mueve la llave y la luz intensa y blanca del tubo fluorescente inunda la pequeña casilla. Carlos da un salto desde su asiento y de una trompada acierta en Charli haciéndole volar el casco de seguridad. Se abalanza sobre Daniel y agarrándolo del cuello lo aprieta contra la puerta. El electricista, incrédulo, ve los ojos de Carlos surcados de venitas enrojecidas y le grita a Charli. Este abre la otra puerta y arranca a Carlos a un rincón. Los dos técnicos retroceden hacia afuera tratando de calmarlo.
-¡Pará Carlos! Fue una broma, no sabíamos... Es esta hora podrida; disculpá che, no es para tanto.
-Sólo queríamos tomar unos mates con vos...
Se alejaron hacia el galpón.
El frío exterior le hizo bien. Se apoyó en un poste y sintió el rocío que formaba gotitas heladas en el alambrado.

Frente a él, la Planta, ventanas iluminadas; exhalaba vapores por sus chimeneas y le pareció un barco varado entre las siluetas negras de los cerros.
Los electricistas se dieron vuelta para mirarlo antes de entrar.

Él lloraba.

Tiempo interior Cap. 8

Esa noche Carlos ve desde su puesto -a oscuras para no ser visto él mismo- el movimiento en los alrededores de la planta. Los cascos verdes van y vienen. Es la una y treinta. Hora del café. Un tiempo de liberación en la monotonía del turno de producción. Esto de la «producción» se decía para cubrir apariencias; en realidad se trataba de cumplir un horario y cobrar el sueldo a fin de mes, pues hasta el momento poco y nada concreto se había logrado. Desde hace un rato los grupitos, de a dos o tres, andan dando vueltas anticipando el tiempo libre que les proporcionará la reglamentaria colación de la medianoche. Finalmente una veintena de personas se reunirán en la cafetería, a la que le queda grande esta denominación, pues se trata de un cuarto de no más de dos por cinco metros, con una larga mesada sobre un costado. Una pileta y un anafe de dos hornallas alimentado por una garrafa a gas, completan el lugar. Estantes en la parte alta de la pared se usan para contener cacerolas, jarros y cubiertos. El café, té y azúcar, de los que se dispone a discreción –porque hay que reconocer que las vituallas no escaseaban- se guardan también allí. Cada noche y por turno, dos de los operarios se ocupan de tener todo listo. El pan y la leche se traen a último momento de la cocina; para lo cual hay que requerir la participación del guardia, quien es el responsable de la llave de ese lugar. Las primeras veces que Carlos fue solicitado para esto, se sintió bajo la presión del que es analizado en sus movimientos por los que lo consideraban un extraño, puesto allí para vigilar al resto. No al cuete era "el vigilante". ¿Eran estos sus compañeros? Él los sentía como tales pero ellos -se notaba en su actitud- no pensaban igual. Mas bien lo veían como al que podría contarle a los jefes, lo que hacían en el transcurso del día y de la noche.
Al poco tiempo de mi ingreso en la Empresa comencé a notar esa especie de discriminación. El Cuerpo de Vigilancia recién se había conformado y nadie tenía muy claras la funciones que desempeñaría. Dado que el designado como jefe por la Empresa, también era quien había organizado los turnos rotativos y los parámetros dentro de los que deberían actuar los guardias; se suponía que aquellos habían sido claramente especificados a su gente. Sin embargo, no se tuvo en cuenta que el Jefe era un militar retirado. Y lo que podría haber sido un grupo con funciones específicas a cargo de un coordinador; fue en cambio un Jefe con subalternos, al peor estilo militar. Varios empleados, cuando se animaron, le preguntaron a Carlos si portaba un arma oculta. Arma no llevaban, (más adelante él diría que de haber tenido que llevarla, no hubiera aceptado el trabajo). Uniforme tampoco; simplemente se les exigía usar el casco verde que era reglamentario para todo el personal como medida de seguridad. Los parámetros de actuación impartidos por el Jefe, consistían en la revisión al azar –no a todos- de bolsos o maletines de los empleados, a la salida del trabajo. Además repartió los turnos de trabajo y dividió a las doce personas en grupos de a tres, sin preguntarle a ninguno si se encontraba cómodo con los que tendría que compartir permanentemente el trabajo de doce horas de día y de noche.
El resultado fue que ni los guardias tenían claro a qué atenerse en el trato con operarios, empleados de administración e incluso superiores a cargo del trabajo cotidiano. Ni tampoco estos sabían bien qué podían esperar de los guardias.
Pero hubo excepciones.
Habría corrido un mes, más o menos, de mi ingreso, cuando ya familiarizado con los horarios, observaba con interés desde mi aburrida jaulita vidriada, los movimientos de toda esa gente que me rodeaba yendo y viniendo de un galpón a otro, llevándose mensajes de trabajo entre secciones, transportando diversos elementos o moviéndose en conjunto rumbo al comedor común, a la hora de almorzar y cenar. Los que mayormente se movilizaban de aquí para allá, eran los encargados del mantenimiento: electricistas y mecánicos, sobre todo. Entre ellos habría de encontrar –gracias al cielo- un grupo de amigos que me brindarían su confianza. Y yo a mi vez, la mía a ellos; hasta el punto en que el reviente final de toda esta historia, estuvo –para mi provecho- apañada por estos amigos.
Cierta noche –lo recordaré siempre-, tomé la decisión, apagué la luz de la casilla para que no se notara a simple vista que no estaba en mi puesto. Salí y me dirigí a la Planta de producción -era más grande el nombre que el lugar en sí mismo- Entré y me di cuenta enseguida de la sorpresa que había provocado en la veintena de hombres que allí accionaban. Era la primera vez que lo hacía y debo decir que seguramente era el único guardia que lo había hecho hasta el momento: En primer lugar porque el servicio de vigilancia se había concretado hacía poco, con este Jefe y la gente por él seleccionada. Y además porque –mal o bien- el Grupo de guardia era gente con poco vuelo, que consideraba que el hecho de ser "de vigilancia" implicaba poner un abismo de comportamiento social entre vigilantes y vigilados. Fue así que de un vistazo ubiqué a los tipos que tenía apuntados como posibles de brindar amistad, dejando de lado la desconfianza que los cargos nos imponían. Ellos eran cinco, tal vez seis, en su mayoría componentes de la Sección Mantenimiento. En ese momento no estaban todos ellos, a raíz de los diferentes turnos rotativos que estaban armados para trabajar durante doce horas y descansar veinticuatro; volviendo a continuación, pero en el turno contrario, ya sea diurno o nocturno. Los encaré con decisión y les pregunté las trivialidades que se acostumbran en esos casos, cosas sencillas: que el tiempo, que el frío, el calor, ambigüedades para entablar una conversación que Dios diría a donde podía ir a parar. La primera sorpresa de verme allí frente a frente hablando de lo común, dio paso a un cauteloso pero aceptable nivel de charla intrascendente. Traté de no ser ni estúpido ni inquisidor, transmitiendo una posición de confianza y estoy seguro que en ese momento nació la inserción en un grupo que durante bastante tiempo permaneció unido, al punto de reunirnos con nuestras familias en la casa de cualquiera de nosotros para hablar de la vida, los hijos, las mujeres y esas cosas.

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