jueves, junio 23, 2005

"El Guardia en la Jaula" de Carlos Rey

PRÓLOGO

Cuando se escribe una historia de ficción, se pone una idea básica y mucha imaginación para desarrollarla. Pero no siempre es pura imaginería y en el caso de esta novela el relato recrea las vivencias reales del personaje representado en Carlos, un guardia de vigilancia en una empresa bastante especial que desarrolla actividades nucleares en plena estepa Patagónica -que sea dicho de paso, es pintada con precisos trazos-.
La historia lleva al personaje a sufrir una persecución personal debido a su espíritu anárquico y a situaciones inesperadas, para un modesto empleado de vigilancia.
Pero no me animaría a decir que «esto», jamás ocurrió.

Según la película inglesa "Mentira" (paradójicamente basada en un hecho verídico); una familia cede a los requerimientos de las autoridades de su país, para colaborar en la investigación y posterior apresamiento de un matrimonio del cual son íntimos amigos.
¿Dónde empieza y dónde termina el "deber patriótico" de una persona? ¿Habrá que mentir a su mejor amiga que todo sigue igual, cuando se está colaborando en que se la detenga por espía? ¿No es esa una acción de exclusiva incumbencia de las autoridades?
¿Hay que destruir la vida propia en aras de qué ideal? ¿Del ideal de quiénes?
¿Hay que trabajar con "fe ciega" en que, lo que se está haciendo o produciendo en determinado momento y lugar es bueno-para-todos?
Creo que no debe ser así. Y que por lo menos debemos poner bajo sospecha lo que hacemos.



El Guardia en la Jaula (Nouvelle)

Cap.1

Patagonia. Los vapores se agarran del álamo seco y no lo dejan formar parte del verde vegetal. Es verano y hay una fiesta en los campos por fuera de los alambrados.
Desde mi casilla espero los micros. Están por llegar. Pongo en marcha la rutina de la entrega del turno de guardia. Es cuestión de prender las luces, a pesar de que ya amaneció; subir el volumen del radiocomunicador hasta que el zumbido moleste y poner cara de cumplimiento del deber. Repaso mentalmente lo que hice para dejar el dormitorio del licenciado Peña como si no hubiera sido usado y una vez más, me siento a esperar.
El lugar está dispuesto como el Jefe lo quiere.
Aquella noche de varios meses atrás, me tocaba nocturno y habiendo pasado la hora organizativa –la toma del turno, el preludio a la comida y las anotaciones en el libro de partes-vinieron los infaltables encargos de los superiores, la cena y después todo estuvo tranquilo. A media noche sonó el radio: "Prima I, Prima I, para guardia de entrada... Prima I, Prima I. Aquí guardia de entrada. Cambio".
El Gordo me llamaba con esa urgencia molesta que ponía en esos casos y contesté: "Adelante guardia entrada." Cuidando las formas que exigía una comunicación radial, de la cual se podía enterar medio mundo, me informó: "Al Jeep hay que cargarle nafta; cuando se desocupe venga al surtidor. Cambio".
Contesté con el consabido: "O.K. cambio y fuera", que tantas veces repetía y nunca dejaba de situarme imaginaria y ridículamente, en una serie de televisión norteamericana. Me dispuse a ir.
Ya sabía que el Jeep estaba escaso de combustible, ocurría siempre luego de la entrega de un turno. Al hacerme cargo, era de rutina ir a los surtidores. Estos estaban cercanos a la casita de la guardia, en la entrada, de modo que la llamada me pareció extraña. Fui hasta la pequeña planta de agua pesada que abastecía este elemento a la Planta principal, avisé mi momentánea ausencia al personal y salí.
La entrada principal al campo de producción, se encontraba subiendo unas lomadas suaves, distante unos cuatro kilómetros de donde yo prestaba servicio. Cuando llegué, el Gordo tomaba mate sentado al escritorio, mientras pasaba los partes en limpio.
-¿Sabés una cosa? -dijo mirando para otro lado como acostumbraba- Esta noche cae el Jefe. Nos quiere controlar. Me avisó el Rengo desde la Central en la ciudad. Parece que escuchó una conversación entre los capos y entre otras cosas...
Chupé del mate que me había pasado el Gordo; iba a despotricar, pero no tuve ganas de arruinar esa tibia noche en voz alta y me tragué la bronca junto con el sorbo. Salimos a cargar nafta y regresamos a la casita para anotar el hecho en el parte diario, el cual también yo debía firmar como partícipe. Por un rato seguimos mateando en silencio. Con el Gordo no había muchos temas en común, ni tampoco era tipo para confidencias. Afuera el viento soplaba, como de costumbre, pero tibio.
Ya me iba cuando el Gordo me miró a los ojos, gesto nada común en el policía jubilado. Hacía un año que estábamos juntos en los turnos y fue la primera vez que le dije gracias. Me puse el casco reglamentario, subí al Jeep, lo puse en marcha y me fui.
El silencio, las estrellas, mi casilla vidriada... Escucho Jazz en la radio mientras espero al Jefe con miedo y repugnancia a la vez. Dos y media de la noche, la hora jodida, como dicen los de la Planta. El Jefe debe estar por caernos. A pesar de estar en vacaciones, es más fuerte su deseo de reventar subalternos. Tiene sospechas. De noche no descansa pensando en qué haremos: ¿Dormir?, ¿robar en la cocina?, ¿jugar al Truco confraternizando vergonzosamente con Mauro y el Mellizo que están de turno en la Planta?
Mi casilla está a oscuras. Ahora veo la luz de su vehículo allá lejos en la entrada. El Gordo debe estar abriéndole la barrerita, con cara de haber estado dormitando. Pero no es con él la cosa. Tampoco puede avisarme por radio; se delataría, pues el Jefe viene viajando atento a la de su camioneta. Veo la luz bajando los cuatro kilómetros que separan la casita de vigilancia en la entrada, de mi puesto en Prima I donde aguardo atento. Ahora las lomitas me lo ocultan; debe estar cruzando el puente de hierro del río Curru Leufu. Imagino la cara astuta, fundida en el casco verde que encierra el cerebro militar. La cabina apestará a cigarrillo y la mano estará firme en el volante. Por detrás de los árboles, aparece el vehículo lentamente y con el motor apagado. La luz exterior de los focos de alumbrado le da en pleno. Estoy en ventaja. Mantengo apagada la luz interior y escucho música bajito con el receptor cerca de mi cara. Viene solo. Desciende y avanza entre alerta y fingiendo despreocupación. Llega hasta el vidrio de mi casilla y mira hacia adentro; espera descubrirme durmiendo. En ese preciso instante subo el volumen y enciendo el botón de luz del receptor, que ilumina mi cara sonriente de guardia atento y disciplinado.

Al Jefe no le gustó. Carlos se "ganó" una sanción disciplinaria por no tener prendida la luz de reglamento y no haber salido a recibirlo a la voz de: "¡Alto, quién vive!"


(continúa)

COMENTARIO: Novela editada en formato gráfico en 2006.

En venta en librerías de San Carlos de Bariloche.
Derechos de Autor hechos bajo el nº 386314