sábado, septiembre 27, 2008
Capítulos 9 - 10 y 11 En donde se empiezan a pudrir las cosas.
Las del Laboratorio Cap. 9
Las mujeres y esas cosas. La mañana fue transcurriendo como tantas otras. Aburrida. El verano estaba instalado en la estepa y estar fuera de la casilla, al sol, era agradable sólo por un rato. Mejor meterse en la jaula y echarse en un rincón fresco. Como una fiera de zoológico, con la lengua afuera y esperando que ocurriera lo inesperado. Entre las dos y las tres de la tarde llegaría un turno intermedio para la planta de agua pesada. En ese mismo turno, tres veces por semana, venían las del laboratorio. Eran dos. Las únicas mujeres que trabajaban en las instalaciones de Prima I. Por supuesto eran el comentario de más de una conversación durante las tediosas horas pasadas en
Las cosas ocurrieron del mejor modo esperado. Los jóvenes pasaron primero, y atrás, las mujeres, en el centro de esa tarde calurosa, apenas pudieron esconder su sorpresa y en silencio miraron el provocativo bulto y luego mirándose entre sí pasaron perseguidas por los ojos de la fiera que se relamió con satisfacción.
Nocturno Cap. 10
Se le cae la cabeza. Eso les pasa a todos. No estoy parafraseando a Camilo Cela, aunque sí. Él se golpea la cabeza contra la mesa. El esfuerzo por mantenerse despierto no entra en ningún tipo de descripción. Sólo hay que tratar de permanecer despierto durante toda una noche por obligación, para entenderlo. A veces se hace: Cuando se es muy joven por puro gusto, por ejemplo, con el afán de desaparecer del control de la vida "normal". También velando a un muerto: la mayoría de la gente se va cuando no resiste más, en medio de la madrugada, o aparece en las primeras horas del día, luego de haber dormido una buena parte de la noche.
Él parece despierto. Está con los ojos fijos en el transponer del vidrio de su casilla. Afuera los faroles verdosos que parpadean imperceptiblemente al compás del taca-taca del grupo de energía, dan un motivo a su estado en esa des-hora de las tres de la, ¿noche?, ¿madrugada? Escucha con automatismo (casi autismo), el Jazz que le inyecta la bendita radio que lleva en cada turno. Ella lo salva de estallar a patadas y en pedazos junto con los vidrios de su maldita casilla de guardia. Es un trance. No sabe cuanto puede soportarlo. Como en una nebulosa piensa que si alguien le cae en ese momento a pasar el tiempo ¡Oh, Dios!, no-responderá-de-sus-actos.
Muerte.
Para el que llegue.
Para él.
Transfiguración para esta noche que no pasa; que no termina; que se prolonga inútilmente. Inútil, sí, porque conduce a la nada; a la estúpida madrugada en la que sobre la agonía habrá que fingir: Comportamiento. Apariencia. Deber. Disciplina. Orden. Atención. Optimismo. Predisposición. Inteligencia. Educación. Obediencia.
Todo en dos metros cuadrados.
Encerrado en su jaula, sólo desea muerte, muerte, muerte...
La mujer ajena Cap. 11
En mis prolongadas recorridas con el jeep por todo el campo, me había tocado más de una vez cenar en el comedor que servía al personal que construía Prima 2. Era una manera de matar el interminable tiempo que requería cada turno. Sobre todo el de noche, que por supuesto era el más tedioso e insufrible. En una de esas ocasiones llegué antes de lo previsto y encontré que la mujer que servía las mesas, también era la encargada de prepararlas antes que llegara el personal. Era esta, una gordita algo madura pero reluciente como una guinda a punto y según se sabía, vivía en alguna de las casas de puesteros de la región. Al vernos me clavó la mirada a lo que respondí de igual forma. Fue evidente que ambos aprovechamos la circunstancia de estar solos en todo el comedor, pues el cocinero ni se veía, ocupado como estaba en su cocina. Esto y deducir que así como disponía las mesas antes, haría lo propio al final, fue todo una. Después fue llegando la gente y se sirvió la cena. Durante el transcurso de la comida, nuestras miradas se cruzaron más de una vez y a mí la calentura me llegó hasta la punta de los pelos, pues como dije, la mujer tenía bastante que ofrecer. Cuando terminé fui uno de los primeros en retirarme, ya que siempre era observado por la circunstancia de ser el guardia y no podía distraer mi ocupación por un tiempo prolongado. Esta gran mentira quedaría descalificada por los hechos que a continuación relataré. Me fui no sin antes hecharle una significativa y última –por el momento- mirada. Ella lo notó y se sonrió disimulando con otro, sentado a la mesa que estaba sirviendo. Fui hasta Prima
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